domingo, 22 de febrero de 2015

La Isla Mínima



Por Manuel Ortega. 

Hoy me siento orgulloso de ser andaluz. Soy internacionalista, pero amo a mi castigada tierra jornalera. Una Andalucía que se sacude los tópicos para ser ella misma. En sus distintas facetas, en sus diferentes espacios creativos.  La película andaluza "La isla mínima", del director sevillano Alberto Rodríguez  ha obtenido 10 Goyas en este 2015, de los 17 que reparte la Academia de Cine española. Enhorabuena a las actrices y actores de esta magnífica cinta. Enhorabuena al Director de fotografía que ha sabido captar la luz misteriosa y la imagen de un escenario mágico : Las marismas del Guadalquivir.

Todavía, por fortuna, nos queda algo para celebrar. A pesar de que este Gobierno se obstina en reprimir a la industria del cine, imponiendo como castigo, un 21% de IVA. Muy verosímil el thriller de esta historia bien construida. Fascinante el paisaje sevillano de la Isla. 

Recuerdo hace unos años, una tarde de primavera, me adentré conduciendo solo, perdido, por aquellos caminos entre canales y arrozales, mientras la tarde se cubría con un manto rojizo, en un crepúsculo sonoramente silencioso, roto por el aleteo de los flamencos y de las garzas al despegar en bandada, hasta posarse en el humedal, hundiendo el largo pico en el agua y sacando el cangrejo o el pez, que engullía con fruición. 

Perdido en la inmensa llanura  de aguas reverberantes por los últimos rayos de sol de la tarde, extasiado por el insólito espectáculo,  pensé en que tendría que pasar la noche dentro del coche. No me preocupé, pensando en que podría vivir una experiencia singular.
De repente, el ruido de un motor rompió bruscamente el encanto en el que me veía envuelto. Un coche se acercó al camino en el que estaba detenido. El hombre, un vecino de una casa cercana, preocupado por mi situación, me indicó el camino que debía seguir para salir de aquel maravilloso laberinto, de aguas mansas, de las que sobresalían algunas ramas de arrozal danzando suavemente, agitadas por la ligera brisa de la mortecina tarde.

Salí, antes que la noche impusiera su imperio de sombras y llegué al cercano pueblo de Los Palacios. Como Alicia, atravesé el espejo para reincorporarme a la vida cotidiana, después de haber vivido un sueño en un mundo plagado de sensaciones maravillosas.

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